Los ángeles se han retirado, se ha ido la estrella de Belén, los Magos han vuelto a su tierra, los pastores han retornado con sus rebaños...
Terminamos el tiempo de Navidad con la
solemnidad del Bautismo del Señor.
Juan Bautista, el precursor, llamaba a la gente al desierto para que, en el silencio, pudieran purificarse y comenzar una nueva vida.
Leamos este texto bíblico:
En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí
viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las
sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu
Santo.»
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a
que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el
cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.
Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado,
mi predilecto.»
Marcos 1, 7-11
El Bautismo de Jesús no era necesario para Él. Estaba libre de todo pecado. Pero se bautiza para que el agua de Dios se derrame sobre todos.
Limpiar los cuerpos con el agua simbolizaba
lo mucho que había que purificar para poder entrar en la nueva era que estaba a
punto de iniciarse. De este modo comenzó Jesús su ministerio profético.
(pincha para ver este video)
Jesús deja su familia humana, para crear en torno a Él una nueva familia, la de los que hacen la voluntad del Padre.
Así comienza la vida de cada hombre que se
sabe llamado a convertirse en discípulo de Jesús: dejándose renovar por el baño
del agua y del Espíritu.
Escucha esta bonita canción: ( pincha en la imagen)
Demos gracias a Dios por el don del Bautismo. Y pidámosle que
seamos dignos del nombre de cristianos que, por nuestro Bautismo, llevamos.
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